jueves, 10 de octubre de 2013

"La cárcel identitaria. Diario de Jerusalén", un libro de Eugenio Gascón García

Eugenio García Gascón se instaló en Jerusalén en 1992 cuando, a raíz de la Conferencia de Madrid, la paz entre israelíes y palestinos parecía estar al alcance de la mano. Dos décadas después, «el falso diálogo se ha convertido en una coartada para consolidar una ocupación que ahora es más brutal que en cualquier otro momento desde 1967».

Este libro, escrito originariamente como un dietario de 2008, combina el comentario de actualidad (que se repite, sin apenas variaciones, cinco años después) con apuntes sobre la historia del islam y el judaísmo, entrevistas, asombros cómicos y postales de viajes. Una mezcla de erudición, reporterismo y pedagogía que ayuda a comprender un poco mejor las claves de Oriente Próximo.

«En una ocasión Abba Kovner, sobreviviente del Holocausto, preguntó al rabino Yehuda Amital cómo podía creer en Dios después del Holocausto. Amital respondió: “¿Y cómo puede creer usted en la Humanidad después del Holocausto?”. Creo que la respuesta a esta última pregunta es simple. Uno puede creer que la Humanidad mejorará y hasta que corregirá sus errores. Es más fácil eso que pensar que Dios puede mejorar, puesto que de él no se esperan errores. Si no fuera así deberíamos deducir que el Holocausto y todo el mal que hay en el mundo ha sido causado deliberadamente por un Dios que es bondad y perfección absolutas».


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Libelo de sangre

Se ha publicado una segunda edición corregida del libro Pasque di sangue. Ebrei d’Europa e omicidi rituali (Pascua de sangre. Los judíos de Europa y los asesinatos rituales), del profesor italiano-israelí Ariel Toaff. Hijo de un antiguo gran rabino de Italia, Toaff está especializado en historia medieval judía, da clases en la Universidad judía ortodoxa de Bar Ilan, cerca de Tel Aviv, y ha publicado varios libros sobre la sociedad judía medieval en Italia. El texto original de Pasque di sangue se publicó a principios de 2007 pero una semana después el propio Toaff, hasta entonces un prestigioso erudito, pidió a la editorial que lo retirara de las librerías tras recibir amenazas de muerte. El precio del volumen alcanzó centenares de euros en eBay. Es de notar que en un principio Toaff dijo que mantendría las conclusiones de su estudio “incluso si era crucificado”. Sin embargo, las presiones de la comunidad judía, las amenazas de muerte y las peticiones para que se le procesara le hicieron cambiar de opinión inmediatamente.

La segunda edición corrige el punto más polémico del libro, según el cual, “algunos niños cristianos” murieron en asesinatos rituales perpetrados en Europa por “una minoría de judíos fundamentalistas de origen ashkenazi”.

“Basándome en muchos sermones, he llegado a la conclusión de que se usó la sangre, especialmente por judíos ashkenazis, y que se creía que la sangre de los niños tenía poderes curativos especiales. Se deduce que entre los remedios (medicinas) que usaban los judíos ashkenazis había polvos de sangre”, dijo Toaff al diario Haaretz cuando se publicó la primera edición. El libro de Toaff sorprendió porque era la primera vez que un especialista judío daba crédito, apoyándose en una investigación académica, a las seculares acusaciones cristianas de que los judíos de Europa habían matado a niños cristianos para utilizar su sangre en ritos religiosos.

El libro deja claro que se trata de prácticas muy aisladas, y en ningún momento justifica la multitud de procesos abiertos por la Inquisición medieval amparándose en testimonios falsos. Este caso nos demuestra la imposibilidad de mantener debates sosegados sobre historia judía, aunque se trate de estudios especializados de ámbito académico escritos por especialistas de reconocido prestigio, sin la menor sospecha de antisemitismo. (24.2.08)

Apartheid

Un informe de las Naciones Unidas afirma que la violencia palestina es una “consecuencia inevitable” de la ocupación israelí y de leyes similares a las de la Suráfrica del apartheid. El informe lo ha elaborado John Dugard, un investigador independiente del conflicto a petición de las Naciones Unidas. Dugard no es ajeno a lo que ocurrió en Suráfrica, puesto que es de esa nacionalidad y en los años ochenta combatió el apartheid. “El sentido común dice que se ha de establecer una distinción entre actos de terrorismo sin sentido, como los que perpetra Al-Qaeda, y actos cometidos en el curso de una guerra de liberación contra el colonialismo, el apartheid y la ocupación militar”, afirma Dugard. “Aunque deben deplorarse, los actos terroristas palestinos deben entenderse como una consecuencia dolorosa e inevitable del colonialismo, el apartheid y la ocupación”. “Los actos de terrorismo contra la ocupación militar han de verse en un contexto histórico, y deberían hacerse todos los esfuerzos para llevar la ocupación a un final rápido. Mientras no se haga eso, no podemos esperar la paz, y la violencia continuará”. (26.2.08)

Funeral

Cientos de personas de Rimal Norte, un barrio de Gaza, acudieron ayer al funeral de los Atalah. Familiares y allegados permanecían de pie, en fila india, con aire compungido y riguroso, algunos llorando, mientras recibían el pésame de los que llegaban. Después de ofrecer las condolencias unos se sentaban en sillas de plástico blancas y otros permanecían de pie hablando en voz baja. A primera hora de la tarde alguien repartió platos de arroz con pollo entre los presentes. “Todas las casas son objetivo. Los israelíes no distinguen a civiles de milicianos. Disparan contra todos y lo que ocurrió ayer es una prueba”, se lamentaba Saman Atalah, primo de la familia asesinada el sábado.

Los helicópteros Apache dispararon dos misiles contra la vivienda de los Atalah a las cinco de la mañana del sábado. El abuelo, Abdel Rahman, de 61 años, su esposa, sus dos hijos y sus dos nueras murieron en el acto. La vivienda de tres plantas se desplomó, reducida a un amasijo de hierros, y entre el hormigón y los escombros, donde se congregaban grupos de curiosos, todavía se veían, medio sepultados, vestidos y enseres. Durante ocho horas los vecinos trataron de encontrar a alguien con vida. Y hallaron a los cuatro nietos. Dos están ingresados en el hospital y lo más probable es que mueran. Uno de ellos nació hace solo veinte días y los médicos no le conceden ninguna posibilidad de sobrevivir.

“No había ningún objetivo en los alrededores, ninguna oficina de Hamás o cuartel de policía. El ataque fue deliberado. Los israelíes matan por matar, sin hacer distinciones”, insiste Saman Atalah. En los últimos cinco días Israel ha matado a 120 palestinos en Gaza de los que más de la mitad son civiles, incluido un gran número de niños y mujeres. Las milicias palestinas han matado a un civil y a dos soldados. Mientras hablamos, aparecen en el horizonte dos helicópteros Apache que no disparan bombas sino fuego de ametralladora. El eco llega hasta el barrio de Rimal Norte, pero nadie parece inmutarse. Los ataques se han convertido en algo cotidiano y ni los niños les prestan atención.

La población de Gaza está con Hamás. Desde que los fundamentalistas vencieron en las elecciones del 25 de enero de 2006, la franja se ha convertido en un infierno donde hay escasez de artículos de primera necesidad, pero la inmensa mayoría no se arrepiente de haberles votado. “Hamás ganó las elecciones más limpias que ha habido en la historia de Palestina, pero no les dejan gobernar. Creo que Israel y los occidentales se equivocan: preferimos sufrir antes que rendirnos”, sentencia Saman Atalah. (2.3.08)

Fuenteovejuna

A Abu Bilal al-Yaabir no le pesa tanto la pérdida de su casa como la del hijo que murió en febrero, cuando un Apache israelí lo abatió con un misil no muy lejos de su domicilio en Beit Lahiya, al norte de Gaza. Muhammad al-Yaabir militaba en las Brigadas al-Qassam, las milicias de Hamás, y todo el mundo sabe que esa militancia a menudo puede conducir a la muerte. Unos días después, el 29 de febrero, a la una de la tarde, Abu Bilal recibió una llamada que muchos palestinos temen. La pantalla de su móvil indicaba un número de teléfono israelí, y a pesar de ello cometió la imprudencia de descolgar el aparato.

“Soy de la seguridad israelí. ¿Es usted Abu Bilal al-Yaabir?”, preguntó una voz del otro lado. “Le llamó para comunicarle que dentro de cinco minutos bombardearemos su casa. Si quieren seguir vivos desalójenla inmediatamente”. Pero Abu Bilal, su esposa y dos de sus hijos casados que viven en el mismo edificio de tres plantas con siete nietos, no abandonaron la flamante casa que terminaron de construir hace dos años. Sin perder tiempo, todos los miembros de la familia llamaron a los vecinos y cinco minutos después la azotea estaba llena de cientos de personas convertidas en escudos humanos y dispuestas a sacrificar sus vidas si era necesario.

“No es la primera vez que ocurre algo así”, comenta Abu Bilal cuando termina de rezar la plegaria del mediodía sobre una esterilla extendida en la azotea y orientada a La Meca. “Solo en este barrio hay siete casas en la misma situación”. Decenas de personas pasan el día y la noche en los tejados para que la aviación israelí no las destruya.

Unos minutos después de la llamada, un Apache sobrevoló la vivienda, comprobó que había cientos de personas en el tejado y decidió no disparar. Sin embargo, descargó un misil de advertencia en mitad de la plaza vecina, donde todavía hay un cráter. La gente del tejado no se arredró y nadie abandonó la azotea. El Apache sobrevoló la vivienda durante algunos minutos antes de desaparecer.

“Desde entonces recibo llamadas de Israel continuamente, pero cuando veo en la pantalla que es un número israelí no descuelgo el aparato. Me han recomendado que por nada del mundo lo descuelgue cuando me llaman desde Israel”, aclara Abu Bilal, de 56 años y padre de siete hijos. Por ahora Abu Bilal ha conseguido mantener su casa intacta y los agentes del Shin Bet israelí tratan en vano de enviarle mensajes telefónicos con más amenazas, pero nadie sabe cuánto tiempo durará esta situación. “No me preocupa tanto la casa como la vida. Una casa se puede reconstruir pero una vida no. Con 23 años mi hijo dio su vida luchando contra la ocupación y estoy orgulloso de ello, pero nadie va a devolvérmelo”, comenta resignado.

En toda la franja hay centenares de casas en una situación similar, en cuyas azoteas viven y pernoctan decenas de vecinos para impedir que Israel las destruya. Son pequeñas fuenteovejunas de solidaridad. Abu Bilal es hijo de refugiados de 1948. “Mi familia es de Beit Daras”, dice con orgullo. “Es un pueblo que está cerca de Ashkelón y que ahora los israelíes llaman Bet Ezra. Todavía guardamos las llaves de la casa que teníamos allí”. (3.3.08)
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Este texto es un fragmento del libro La cárcel identitaria. Diario de Jerusalén, que acaba de publicar Libros del KO.


Eugenio García Gascón estudió literatura en Barcelona, árabe en Damasco y hebreo en Jerusalén, donde vive desde 1991. Ha trabajado como corresponsal para diferentes medios, como el diario Público. Ha publicado, entre otros, el libro, Israel en la encrucijada (Debate, 2004). En 2011 recibió el premio Cirilo Rodríguez de periodismo. Web oficial.